Época: Calcolítico
Inicio: Año 2000 A. C.
Fin: Año 1500 D.C.

Siguientes:
Panorama cultural: de la fuerza del grupo al poder individual
El arte: el simbolismo y la abstracción
La arquitectura megalítica: a la búsqueda de una morada eterna
Los ídolos: entre la medida del hombre y lo divino
La cerámica: entre los ritos y el prestigio
El arte rupestre: el lenguaje enigmático en piedra
Adorno personal: la materia corno marcador social

(C) Mª Rosario Lucas Pellicer



Comentario

A mediados del siglo XIX cuando el sistema de las Tres Edades (Piedra, Bronce y Hierro), propuesto por el danés Christian Thomsen, privaba como esquema básico para clasificar y ordenar los objetos prehistóricos, atendiendo a la materia prima y a la tecnología, el español Casiano del Prado, ingeniero de Minas y pionero de la prehistoria madrileña, defendió la individualidad de una etapa del Cobre, base del concepto actual del Calcolítico.
La aceptación de esta propuesta, que fue ganando adeptos entre los prehistoriadores nacionales y extranjeros hasta convertirse en referencia común en las secuencias de la Prehistoria, supuso reconocer que, con anterioridad a la aleación del cobre y estaño, las sociedades del pasado superaron una etapa metalúrgica mucho más primitiva.

Esta idea reforzaba el sentido unilineal del progreso humano, basado en la evolución técnica como medio efectivo para dominar la naturaleza. Con un sentido equivalente al de Edad del Cobre, la nueva nomenclatura pasó a diferenciar e identificar un periodo intermedio o de tránsito en el avance de los conocimientos relativos a las primeras experiencias metalúrgicas. Asimismo, se aceptó la alusión expresa al cobre porque los testimonios apuntaban (y no lo han desmentido) que éste fue el primer metal extraído por reducción de diversos minerales cupríferos.

En efecto, a partir de las primeras experiencias, una vez rebasado el mero aprovechamiento de los minerales nativos, se emprendió la imparable carrera de la transformación del mineral y de su aplicación más generalizada: fabricación de armas, útiles de trabajo y adorno personal, objetos relativamente escasos en los comienzos, pero ampliamente documentados durante la denominada Edad del Bronce.

El nombre griego del cobre (jalkós) prestó su etimología para formar el nuevo vocablo, Calcolítico, sinónimo a su vez de Eneolítico, palabra derivada en este caso del término latino aeneus.

Sea cual sea la nomenclatura que elijamos, hemos de entender que la referencia lleva implícita una triple connotación:

1. Tecnológica. Una etapa en la que por primera vez el arte del fuego se aplica al trabajo de los metales y la metalurgia del cobre es, a nivel de innovaciones técnicas, la primera consecuencia. Por otra parte, la manipulación del oro aluvional, por martillado, recocido y batido, origen de la primera orfebrería española, es paralelo al desarrollo del cobre. Así, los objetos fabricados en oro y en cobre fundido son los testimonios más antiguos del uso del metal en la Península Ibérica.

2. Cronológica. En la secuencia clásica de la Prehistoria europea, el Calcolítico se sitúa tras el Neolítico (etapa en que las sociedades conocen la producción de alimentos merced al cultivo de plantas y a la domesticación de animales) y antecede a la llamada Edad del Bronce, avance metalúrgico que conlleva no sólo la aleación de los metales sino una mayor producción y circulación de los objetos metálicos.Sin entrar en la polémica sobre el origen de la metalurgia, baste decir que la expansión del trabajo del cobre en Europa, implicando muy directamente a España, coincide con el transcurso del tercer milenio a. C.

No obstante conviene hacer notar que la cadencia en el disfrute o en el trabajo del metal no es uniforme ni homogénea y, técnicamente, la personalidad del territorio español acusa cierta diacronía. Por ello, aunque convencionalmente el Calcolítico se hace corresponder con el tercer milenio a. C., algunos autores emplean para los comienzos la etiqueta de Neoeneolítico, indicando la no discontinuidad y el impreciso momento del tránsito, a comienzos del tercer milenio, exista o no documentación que asegure el empleo de metal.

Pero si el comienzo es resbaladizo también lo es el final. Sin entrar en problemas regionales, baste decir que el Calcolítico se prolonga hasta las primeras centurias del segundo milenio a. C. y en términos, siempre generales, podemos aceptar que entre 1800 y 1700 a. C. se considera superada la etapa del Cobre.

3. Cultural. En la perspectiva actual éste es el criterio unánime. Más que entender el comienzo de la metalurgia como motor de las transformaciones culturales habidas durante el Calcolítico, el beneficio del metal tiende a considerarse como efecto derivado de la complejidad socio-económica dentro de un largo proceso que alcanza su cenit durante esta etapa.

De este modo, frente a lo que se entiende por Neolítico o Bronce Antiguo, la connotación cultural es mucho más profunda que la idea de poseer o no un determinado objeto de cobre fundido o de haber iniciado el beneficio del metal.

En este sentido, el término Calcolitico hace referencia a los cambios surgidos al consolidarse la subsistencia agropecuaria y recae en los patrones sociales; económicos e ideológicos que definen y enmarcan una realidad arqueológica en cuyo desarrollo convergen, primero, la extensión y apogeo del megalitismo; más tarde, en la plenitud de la etapa, hacia finales del tercer milenio, el avance de las novedades impuestas por la renovación campaniforme, fenómeno que a su vez actúa de contrapunto y propicia la transformación y el agotamiento del periodo Calcolítico.

En este proceso y en la diversidad de contextos se justifica e identifica el arte del Calcolítico, entendido como un componente más de la cultura, relativo a la expresión estética y al lenguaje elegido para la comunicación gráfica y simbólica de un tiempo muy particularizado. Por ello, antes de introducirnos en las manifestaciones artísticas es preciso comentar, aunque sea brevemente, las características principales de este proceso, en donde el denominado arte esquemático es otra consecuencia de la complejidad mental que se trasluce en la interactuación de los fenómenos.